lunes, 17 de marzo de 2014

Ignaz F. Semmelweis, la medicina y la economía


En una de las Maternidades del Hospicio General de Viena, en 1846 comenzó a trabajar Ignaz F. Semmelweis, un joven médico húngaro, ejercía como asistente de Obstetricia de la sala 1. Semmelweis ya como estudiante,  había reparado en la alarmante mortalidad materna debido a la Fiebre Puerperal que se situaba en torno al 40% de las parturientas.
Semmelweiss observó que la mortalidad por sepsis puerperal  en el hospital era más alta en la Sala 1, un 18 %, frente a un 3% en la sala 2. En la sala 1 atendían los médicos y estudiantes de medicina y en la sala 2  atendían los partos predominantemente las comadronas de la maternidad.

El doctor se propuso descubrir las causas  que determinaban la enorme diferencia de la mortalidad materna y trabajó con varias hipòtesis:  la diferencia del estado social, la presencia de miasmas, la de la ropa sucia, influencias climáticas, y hasta la influencia religiosa que significaba el paso del sacerdote junto al acólito y su campanilla otorgando la bendición nocturna en las salas del hospital.
Semmelweis había observado que los médicos y estudiantes que atendían en la Sala 1, donde existía la más alta mortalidad, atendían a las parturientas tras realizar autopsias y estudios de anatomía forense sin lavarse las manos y mucho menos, sin cambiarse sus vestiduras, por tanto llegó a la conclusión de que  los médicos y estudiantes de la Sala 1 transportaban en sus manos los exudados cadavéricos que transmitían a las parturientas en sus tactos vaginales.

El doctor Klein, jefe de la sala 1, rechaza  las conclusiones de Semmelweis, sus propias teorías acerca del problema van desde la brusquedad de los estudiantes a la hora de realizar los exámenes hasta el hecho de que la mayor parte de ellos sean extranjeros, procedentes de Hungría, sobre todo. De hecho Klein llega a expulsar a 22 de sus estudiantes, quedándose tan sólo con 20, pero esto no mejora la situación entre las mujeres que acuden a la clínica para dar a luz.

En octubre de 1846 Semmelweis decide instalar un lavabo a la entrada de la sala de partos y obliga a los estudiantes a lavarse las manos antes de examinar a las embarazadas. El doctor Klein se niega a aceptar esta medida y el día 20 de ese mes despide intempestivamente a su ayudante.el doctor Bartch, director de la sala 2.  Decide entonces extender la práctica del lavado con cloruro cálcico a cualquiera que vaya a examinar a las embarazadas, y la mortalidad cae al 0,23%.


Y sin embargo, por vanidad o por envidia, los principales cirujanos y obstetras europeos ignoran o rechazan su descubrimiento. Llegan a afirmar que no es posible reproducir los resultados de su experimento, y que ha falseado las estadísticas obtenidas. Solo cinco profesores le mostrarán apoyo público: Skoda, Rokitansky, Hébra, Heller y Helm.  En la corte prevalece la opinión del doctor Klein y el 20 de marzo de 1849 Semmelweis es nuevamente expulsado de la Maternidad.
El estamento médico oficial permanece remiso a aceptar sus conclusiones. 

Se traslada de nuevo a su ciudad natal, en plena revolución húngara. Gracias a  su amigo Markusovsky es aceptado en la Maternidad de San Roque de Budapest, y pasará los próximos años escribiendo en secreto su principal obra: De la etiología, el concepto y la profilaxis de la fiebre puerperal.

En 1854,  es nombrado profesor de la Maternidad del clínico de la Universidad de Pest, y a partir de ese momento prácticamente desaparece la mortalidad por sepsis puerperal.

Escribe una carta a  sus colegas, este gesto empeora su imagen y  comienza un período de declive intelectual, en el que llega a pegar pasquines por las paredes de su ciudad en los que advierte a los padres de las mujeres embarazadas del riesgo que corren si acuden a los médicos.
Sufre alucinaciones, busca tesoros escondidos en las paredes de su casa y finalmente es internado en un asilo.
En abril de 1865 tras presentar síntomas de mejoría, es dado de alta. Aprovecha su libertad para entrar en el pabellón de anatomía donde, delante de los alumnos, abre un cadáver y utiliza después el mismo bisturí para provocarse una herida, tras tres semanas de fiebre y los mismos síntomas que los de las mujeres que tantas veces vio morir, él mismo fallece a los 47 años en brazos de su profesor.
El Hospicio General de Viena es actualmente un edificio rosa con verja negra; en su interior puede verse la estatua de un hombre sobre un pedestal que representa al profesor Semmelweis. Bajo la efigie se ha colocado una placa con la inscripción: "El salvador de las madres".

Carta dirigida a sus colegas al sentirse acosado:
CARTA ABIERTA A TODOS LOS PROFESORES DE OBSTETRICIA
 "Me habría gustado mucho que mi descubrimiento fuese de orden físico, porque se explique la luz como se explique no por eso deja de alumbrar, en nada depende de los físicos. Mi descubrimiento, ¡ay!, depende de los tocólogos. Y con esto ya está todo dicho... ¡Asesinos! Llamo yo a todos los que se oponen a las normas que he prescrito para evitar la fiebre puerperal. Contra ellos, me levanto como resuelto adversario, tal como debe uno alzarse contra los partidarios de un crimen! Para mí, no hay otra forma de tratarles que como asesinos. ¡Y todos los que tengan el corazón en su sitio pensarán como yo! No es necesario cerrar las salas de maternidad para que cesen los desastres que deploramos, sino que conviene echar a los tocólogos, ya que son ellos los que se comportan como auténticas epidemias..."
La carta podría estar dirigida actualmente a los economistas cortesanos servidores del poder,  que perseveran en una medidas que van en contra de la población ya que la postura oficialista de la medicina de aquel entonces recuerda machaconamente la postura de los economistas, sabios, expertos que asesoran y pretenden conformar a la opinión pública  y  sus medidas y recomendaciones  provocan nefastos efectos entre la población, auténticas epidemias de pobreza. La realidad y las gráficas desmienten sus teorías, pero ellos siguen con sus modelos como si tener cancha en los medios y prestigio entre los ricos, significase que están en lo cierto.
Parece que los economistas, algunos tan catedráticos como ellos, que discrepan de las medidas avaladas y propiciadas por el poder, no tuviesen conocimientos ni autoridad alguna.

Esta historia me impresionó cuando la conocí hace muchos años y ahora no hay día que no la recuerde cuando escucho a economistas, expertos y sabios explicar sus recetas

En palabras del  profesor Hebra: "Cuando se haga la Historia de los errores humanos se encontrarán difícilmente ejemplos de esta clase y provocará asombro que hombres tan competentes, tan especializados, pudiesen, en su propia ciencia, ser tan ciegos, tan estúpidos".

Con la misma soberbia con la que se comportó la medicina oficial en el siglo XIX, se está comportando la economía, tan solo que esta vez no es solo por empecinamiento sino por interés e insensibilidad con los más débiles. Las voces de economistas discrepantes son tratadas como lo fue en su día la del doctor Semmelweiss.   


Tomado de
http://www.higienedemanos.org/node/3
http://es.wikipedia.org/wiki/Ignacio_Felipe_Semmelweis

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