lunes, 16 de octubre de 2017

Temblar

Cuando  leía la prensa de papel, percibía que la mayoría de los artículos no reflejaban la realidad, la deformaban como esos espejos cóncavos, agrandando o empequeñeciendo partes a demanda del poder. Cuando topaba con  la sección "Cartas al director", llegaba a la conclusión que definitivamente vivíamos en un país de aborregados.

 Mi actitud ante la vida cambió cuando comencé a frecuentar la prensa digital,  poblada por los periodistas  a los que la prensa deudora de la banca había despedido, Lo que leía se acercaba mucho más a lo que ocurría a mi alrededor, pero lo que más me reconfortó y me reconcilió con la ciudadanía, eran los comentarios a los artículos. Mucha de la  gente que allí escribía, tenía más talento,  inteligencia e ingenio, que la mayoría de periodistas cortesanos, esas plumas famosas que nos venden como "vacas sagradas".

Un comentarista habitual, al que leía con fruición, era un tal "Numeritos"(vaya nick). Paseando por tuiter, me lo encontré por casualidad y no me defraudó.

Acababámos de conocer  que el periodista John Carlin había  sido despedido de El País unos días después de publicar un artículo en The Times, donde se mostraba crítico con el papel del Gobierno central en el 'procés', se publicó la noticia de que Soraya, la vicepresidenta había abortado el relevo de Cebrián y nos habíamos enterado también de ésto.



Entonces aparece un tuit de David Alandete director adjunto de El País y la brillante respuesta de "Numeritos"




Por otro tuit, me enteré que ahora vive en Méjico y que le pilló el terremoto.
Escribió no solo la mejor crónica del terremoto que he leído, también describió la sociedad de DF como en un "pantallazo". No me puedo resistir a publicarla


                                          
                       
                         
                                                            Temblar 

Breve e inconexa crónica de la semana posterior al terremoto del 19S en la CDMX
Nota importante: Esta entrada no va de contar lo que he hecho estos días porque “mira, mira lo que he hecho”. Desde el día 19 he hecho lo que he sentido que dejaba mi conciencia tranquila, he hecho lo que he podido para estar a la altura del esfuerzo de mis vecinos y he hecho, básicamente, lo que pensaba que era lo correcto. Sin más.

Quiero dar espacio algunos de los momentos, vividos en primera persona, que me han emocionado, me han animado a ayudar y a sobrellevar el cansancio. Momentos que me han hecho sentir orgulloso de la ciudad en la que vivo.

                                    Breve introducción a México para despistados

Hay algo que, como extranjero, me llama la atención de la sociedad mexicana, lo separadas que están sus clases sociales. Por infinidad de motivos, culturales, económicos, históricos, etcétera, a México lo divide la desigualdad. Eso pasa en muchas sociedades, lo sé, pero en la mexicana la división es muy marcada, lo que deriva en que las clases sociales casi no se tocan o, mejor dicho, casi no conviven en igualdad de condiciones en ningún lugar o momento.

El problema de este aislamiento (creo) es que poco a poco se pierde algo tan importante como la empatía. (Esperad, que este rollo tiene sentido) Esta falta de empatía sumada a que los problemas de las personas más humildes en México son increíblemente duros, difíciles e injustos, deriva -en muchos casos- en que el resto de capas de la sociedad acaban anestesiándose, no queriendo saber de ellos o justificándolos (“son pobres porque son vagos”, “les falta espíritu de superación” y un largo y triste etcétera). 

Nos vamos aislando y acabamos deshumanizando al que es ajeno a nuestra clase social. Es un perverso mecanismo de defensa. ¿Por qué cuento esto? Porque desde las 13:14h del martes 19 de septiembre, me ha tocado vivir muchas cosas que han cambiado muchas otras. Porque de repente un terremoto le pegó una hostia a nuestra ciudad, nos dejó temblando y, sin avisar, rompió nuestro aislamiento.

Martes 19, 22:00, centro de acopio del parque Pushkin 

Hace ya unas horas del terremoto, quien más quien menos ya sabe si sus allegados están bien, pero a esa hora todo el mundo sigue un poco en shock. Las noticias han ido empeorando y no sabemos cuándo van a parar. La fila de vehículos llegando al acopio parece interminable, desde lujosos Hummers cargados de herramientas a humildes transportes colectivos que han hecho acopios en sus barrios y los traen a los más grandes. Sobre las 22h llega un ‘vocho’. Dentro está toda la familia, una pareja, su bebé y la abuela. El señor baja del coche con una mano enyesada y empieza a descargar una carretilla de obra del techo del coche. Le ayudo como puedo y veo cómo abre el maletero del vehículo y saca más herramientas, todas muy usadas. “Son de la chamba, pero las necesitan los brigadistas. Yo estoy lesionado y no puedo ir”. Él no lo sabe, pero me ha dado un bofetón tremendo. Cuando acabamos, me acerco al punto de información para preguntar cómo hacerme brigadista. Equipo básico de brigadiera.

Miércoles 20, 22:30, punto de reunión de brigadistas en el derrumbe de Álvaro Obregón 286

Ser brigadista implica tener mucha paciencia. No hay burocracia oficial, te acercas a un derrumbe y preguntas. Te apuntan en una brigada, revisan que vayas equipado (botas, casco, guantes y cubreboca) y a esperar a que te llamen. Puedes estar hasta 8 horas esperando para poder entrar 2 horas a ayudar. Durante esa espera, para distraer los nervios, acabas hablando con quién tienes al lado, gente con la que en tu día a día tal vez no interactuarías. Acabo hablando con Jackson, un chaval de unos 20 años. Me cuenta que lleva ahí desde el terremoto. Trabaja en uno de los edificios derrumbados y uno de sus compañeros sigue desaparecido. “Llamé a mi madre, están todos bien y me quedé a ayudar”. Repaso mentalmente todo lo que he hecho antes de ayudar. No hay nada vergonzante, pero podría haber hecho más. Grande Jackson.

 Jueves 21, 20:15 punto de reunión de brigadistas en el derrumbe de Amsterdam 25 

La gente lleva muchas horas esperando poder entrar a ayudar, la autogestión de equipos de ayuda civil es complicada y hay nervios. A ratos siento que necesitamos ayudar, ocuparnos y dejar de pensar. Colaborar en las brigadas tiene un punto terapéutico. Empieza a llover, fuerte. Hace frío pero nadie se mueve de su sitio. Empiezan los comentarios sobre si la lluvia es buena o mala para el rescate, opiniones de todos los colores. En realidad hablamos para matar los nervios. La lluvia empeora. Nadie se mueve. Tensión por mantener tu puesto en la fila imaginaria para entrar. Y ahí aparece un organizador que tendrá mi respeto eterno: “Señores, es agua, no pasa nada.

Yo no me voy hasta que todos puedan mover aunque sea una piedra, pero recuerden, han venido a ayudar así que les voy a pedir que ayuden. ¿Quién se sabe la canción de Cielito Lindo? Necesito que se la canten a los sepultados, que los oigan, que sepan que aquí hay 200 cabrones que los van a sacar”. Se acabó la tensión, había una meta. La Condesa escuchó la más horrible versión de Cielito Lindo que se haya cantado. Cantaba el frío, los nervios y 200 cabrones (y cabronas) empapados. Ese momento, con mi hermano al lado lo guardo para siempre. 

Viernes 22, 2:10, zona de rescate en Amsterdam 25
Llevamos 4 horas pasando cubos con cascotes y seguimos con esperanzas de rescatar a alguien. La mayoría son botes llenos de escombros, pero de tanto en tanto pasa uno lleno de objetos personales y se me hace un nudo en la garganta. Entrada de un binomio canino en Amsterdam 25
Desde las 21h he estado hombro con hombro con un militar del ejército mexicano. Muy marcial, muy “lo que esperas que sea un militar”, callado, enérgico y disciplinado, pero a medida que pasan las horas y compartimos agua, cafés (benditos cafés calientes) y la cena, se suelta un poco y hablamos sobre nosotros. Lleva 15 años en el ejército, casado, dos hijos… -¿De dónde eres?- me pregunta. -De Barcelona- le respondo. Pone cara de llevar un buen rato preguntándose de dónde era mi acento raro. Se quita los guantes y me tiende la mano. -Es un honor conocerlo. Gracias por ayudar a mi país-. Se me saltan las lágrimas por enésima vez en la noche.

Sábado 23, 16:15, punto de reunión de brigadistas de Alvaro Obregón 286 

Llevo desde las 8AM en la zona y hace un buen rato que tengo a mi lado a María, del Estado de Mexico. Hablamos. Me cuenta que el día anterior sus hijas, de 21 y 24 años, no querían acompañarla a ayudar, pero ella vino como brigadista para darles ejemplo. Hoy sus hijas la han acompañado y están colaborando en el acopio. Dice que está orgullosa y que “entre todos debemos dar ejemplo”.

 Lunes 25, 7:30, zona de derrumbe en la calle San Luis Potosí 

Toca intentar volver a la normalidad, pero las oficinas de la empresa en la que trabajo siguen sin luz. Un edificio cercano colapsó y se llevó por delante los postes eléctricos. Mi mayor preocupación personal ahora mismo es buscar un lugar en el que un equipo de 30 personas pueda recuperar un poco de su día a día. Suena mi teléfono, es la directora de una agencia de publicidad -a la que no conozco de nada- me dice que se ha enterado de nuestra situación y que pueden prestarnos un espacio en las suyas. No quieren nada a cambio, solo ayudar.

No sé si fue el estrés acumulado, la felicidad al recibir esa generosidad inesperada o el desahogo por el peso que me quitaba de encima, pero lloré. Durante estos días difíciles, llenos de incertidumbres, cansancio y dolor, nuestra ciudad ha redescubierto la empatía. En muchos momentos las barreras que nos separan han desaparecido y hemos podido conocer un poco los otros Méxicos que nos rodean y, en muchos casos, desconocemos.

¿Qué país sería México si fuésemos capaces de tener siempre un poco de esta empatía? Si los que tienen más defendiesen los derechos de los que tienen menos. Si entre todos, como en las brigadas y los acopios, luchásemos por que todo el mundo tenga un poco de todo lo importante; educación, sanidad, seguridad, justicia… Yo quiero verlo. Quiero temblar entre desconocidos y cantar el Cielito Lindo para alguien que lo necesita.

Fuente
https://medium.com/@08181/temblar-51823b714817

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